Escuchar la radio, soñar con volver a ver la luz del sol y disfrutar morder la manzana que le daban a diario, eso fue lo que ayudó a sobrevivir a Baraa Melhem, la joven mujer palestina que estuvo encerrada durante nueve años en el baño de su casa por su padre.
Baraa, de 20 años, dijo a periodistas de la agencia AP que ahora disruta de sus primeros momentos de libertad después de una década de aislamiento, castigos y amenazas de violación.
“Ahora estoy feliz, comenzo a vivir”, dijo la joven, que fue rescatada el pasado sábado por la policía en la ciudad de Kalkilia, en el norte de Cisjordania , después de que una tía denunciara la situación a las autoridades. Hassan Melhem, el padre de la joven, y su madrastra, ambos ciudadanos árabe-israelíes, fueron entregados a las autoridades de Israel y comparecerán el miércoles ante la justicia.
En un tono suave pero seguro, Baraa contó que su padre le pegaba con cables eléctricos y palos, apenas le daba de comer y sólo la dejaba salir del baño a la noche para que limpiara la casa. Lo único que le habían dado su padre y su madrastra eran una manta, una radio y una hoja de afeitar con la que le instaban a que se quitara la vida.
De día, saltaba para hacer algo de ejercicio, lavaba su ropa y escuchaba programas de radio para entretenerse.
“No odio a mi padre, pero odio lo que me hizo. ¿Por qué lo hizo? No lo entiendo”, declaró Baraa. “Miedo, miedo y más miedo. Eso era toda mi vida”, agregó, y explicó que su padre la encerró por primera vez después de que se fugara a los 10 años. Adnan Damiri, vocero de las fuerzas palestinas, dijo que cuando la encontraron estaba en un estado “deplorable”, vestida con harapos.
“¿Esto es el sol? ¿Esto es el sol con el que tanto soñé?, preguntó a los policías que la rescataron, cegada por tanta luz. La joven Melhem explicó que al principio le asustó ver a tanta gente. “Son ellos los que escuchaba en la radio?” preguntó . Lo primero que pidió fue dulces, algo que no había probado desde su niñez. Luego pidió ver a su madre, que se divorció de su padre cuando tenía cuatro años.
Ahora Baraa vive con su madre en un barrio árabe de Jerusalén. Tiene una pieza pintada de color lila, con cortinas rosas, cuatro colchones en el suelo y una manta roja. Su madre también le regaló unamuñeca grande a la que se aferra. "Esto es el paraíso. Quizás no lo aprecian porque siempre fueron libres. Pero para alguien como yo, que conoció la amargura de una prisión, esto es el paraíso".
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